Si en las grandes ciudades la aceptación de los derechos fundamentales para la comunidad LGTBI está todavía lejos, en la amazonía la situación es peor. Sobre todo, los/las trans sufren la mayor discriminación. Sin oportunidades laborales deben acudir a trabajos estereotipados como el de cosmetólogas y caer en la prostitución. Además, su identidad legal y la incidencia de VIH los/las sigue estigmatizando.
Por: Roberth Orihuela Quequezana
Por: Roberth Orihuela Quequezana
A PESAR DE QUE SON CASI LAS CUATRO DE LA TARDE, el calor en Puerto Maldonado, en la región amazónica de Madre de Dios, es insoportable. Hacen 30 grados y Karla sale a la calle para tomar un carro que la lleve hasta un bar ubicado en el distrito de Laberinto a casi una hora de viaje en auto. Se trata de una zona donde prolifera la minería ilegal y la prostitución. Vestida con ropa sugerente, Karla no se preocupa en ocultar que es una mujer trans; y, además prostituta. No le molesta que la miren o que hablen de ella. Antes sí, ahora no. “Gano 500 (soles) en una noche. Lo mínimo son 200. Siendo profesionista tendría un sueldo mensual, pero eso lo hago en una semana”, dice.
Aunque lo cierto es que alquilar su cuerpo por unos soles no fue su primera elección. Karla es técnica agropecuaria. Estudió en el Instituto Superior Tecnológico Jorge Basadre de Puerto Maldonado y además se tituló. Pero nunca pudo conseguir un puesto de trabajo debido a su elección sexual. “Gané un concurso en el gobierno regional, pero éramos discriminados. No teníamos un derecho ni un respaldo. Como sabían que era trans no me hicieron valer y le dieron el puesto a otra persona”, narra mientras camina.
Estereotipos laborales
Decepcionada por perder tres años de su vida, y como hacen muchos miembros de la comunidad LGTBI (Lesbianas, Gays, Trans, Bisexuales e Intersexuales) ante la falta de un trabajo formal o bien remunerado, Karla encontró trabajo como mesera en restaurantes, luego como ayudante de cocina, atendiendo una cabina de internet y hasta como sirvienta en una casa; limpiando y cocinando para una familia. “Te pagan 50 soles por cocinar, lavar y limpiar todo el día. Viendo eso, yo misma entré en la vida clandestina. Empecé primero en la avenida y luego en un bar en La Pampa. Pero me salí porque había mucho asalto. Una amiga me llevó a Laberinto. Allí es más tranquilo. Soy dama de compañía y hago servicio. Trabajo hasta las cinco de la mañana”, continúa.
Así como Karla, la gran mayoría de los miembros de la comunidad LGTBI que habitan en las regiones amazónicas del Perú, son discriminados laboralmente. El estudio “La discriminación hacia LGTBI en el entorno laboral peruano (2016-20209)”, del Instituto de Estudios Sindicales (IESI), concluye que la población trans es la que mayor discriminación laboral ha sufrido. “Pues, de acuerdo con los entrevistados, las mujeres y los hombres trans son muchas veces excluidos tras la primera entrevista de trabajo, al no tener la posibilidad de contar con documentos como el DNI, certificados de estudio y/o título profesional con el nombre real para firmar un contrato laboral y/o acceder a un empleo”. Esto ha generado que la población trans ingrese al ejercicio del trabajo sexual como una forma de subsistencia. “Hay una necesidad del dinero tan fuerte que algunos lo pueden hacer por necesidad, porque sí hay algunos que lo han hecho por eso y hay otros que todavía no saben cómo hacerlo”, dice una de las personas que el IESI entrevistó para su informe.
Sin embargo, no todos caen en la prostitución. La Primera encuesta virtual para personas LGTBI, realizada en 2017, por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), indicó que 10% de los miembros de la comunidad LGTBI tiene un negocio propio y otro 8.1% trabaja de forma independiente. “A fin de generarse oportunidades y evitar los actos discriminatorios y la frustración por el estancamiento profesional”, dice el documento. Aunque esta información no necesariamente es aplicable a las regiones de la amazonía, pues estas tuvieron una participación de apenas 3.4%, sí debe tomarse en cuenta que es una realidad que se aplica en todo el país.
Una de las personas LGTBI que necesitaron iniciar su propio negocio, es Jordana. De piel morena, el cabello pintado de rubio y una amplia sonrisa, cuenta que es trans desde que tiene memoria. “Desde niña me gustaba vestirme con ropa apretada. Empecé a cortar los shorts por la cadera y me subía los polos hasta el ombligo. Tenía buen rabo y buenas piernas. Mi mamá me reñía y me gritaba. Y a los 17 años, cuando terminé el colegio me deschabé”, cuenta sentada en uno de los viejos sofás de su peluquería, ubicada a unas cuadras de la plaza de Puerto Maldonado.
Jordana ya se sentía libre. Se dejó el cabello largo y empezó a salir con un policía que trabajaba en una comisaría cerca de su casa. Sus padres se enteraron y fueron a reclamarle. Al final, dice Jordana, al mismo tiempo que se abanica el asfixiante calor, sus padres terminaron aceptando su opción sexual. “Siempre tuve el apoyo de mis padres y mis hermanos. A mi papá como que no le gustaba, pero me aceptó. Nunca me ha dicho: tú no eres mi hijo”, narra.
Aunque Jordana nunca tuvo mucha suerte en el amor. Una de sus primeras parejas la golpeaba y tuvo que huir de él. Llegó a Cusco con el objetivo de estudiar secretariado, pero lo dejó para estudiar cosmetología. Porque notó que en esa profesión podía desarrollarse sin sufrir ninguna discriminación, pero también porque le nacía hacerlo y le gustaba. Poco a poco se hizo conocida y alguien la contrató para trabajar en Arequipa. Allí estuvo cinco años. Luego se fue a Tacna, siguiendo a un amor que le duró más de 10 años, para finalmente volver a su tierra. Aunque no descarta que pudo haber seguido alguna otra profesión. “Es lo único en lo que no nos discriminan y donde menos daño nos pueden hacer”, dice con pesar.
Discriminación sexual
La discriminación de la que Jordana habla es la que se produce como rechazo a su orientación sexual. “El simple hecho de que nos miren en la calle cuando salimos a comprar, cuando vamos de la mano con nuestra pareja o cuando nos sentamos en un restaurante a comer, es difícil. Algunos se escandalizan, otros no dicen nada, pero te miran. Los que estamos más expuestos somos las personas trans, porque somos diferentes; los gays no tanto, pasan desapercibidos porque ellos no se visten como nosotros. Muchos tienen trabajos normales, pero nosotros no. Ahora, imagínate si alguien se entera que una persona trans tiene VIH o Sida”, dice.
Y es que, dentro de la comunidad LGTBI, el VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana), un virus que ataca al sistema inmunológico de las personas y que se contagia por relaciones sexuales con una persona infectada o por transfusión sanguínea, es un estigma entre la comunidad LGTBI en general, pero más aún en las regiones de la selva.
De acuerdo con las cifras del Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades (DGE) del Ministerio de Salud, la tasa de casos de VIH por cada 100 mil habitantes es mayor en las regiones amazónicas como Loreto, Ucayali, Madre de Dios y Amazonas, donde los casos van de entre 48.9 hasta 66.6 por cada 100 mil ciudadanos. La única región que se acerca a esta cifra es El Callao, donde 53 personas por cada 100 mil tienen VIH.
Y si hablamos de incidencia de SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida), que es el estado en el que el VIH ya debilitó el sistema inmunológico del portador y lo deja expuesto a cualquier infección o cáncer, Madre de Dios es la primera región, con 10.8 casos por cada 100 mil habitantes. Lejos de regiones como Lima o El Callao.
De acuerdo con las cifras del DGE, esta región de la selva peruana tiene sólo 102 personas en tratamiento de SIDA. Sin embargo, tanto Jordana como otras de sus amigas y amigos de la comunidad LGTBI, esta cifra no reflejaría la realidad. “Tienen miedo a ser discriminados. Por eso muchos no acuden a tratarse o siquiera a hacerse una prueba. La mayoría acude cuando ya es tarde y mueren. Algunos vienen a mi salón pidiendo consejo, porque saben que nosotros nos movemos y hemos apoyado siempre a cualquiera. La mayoría son jovencitos, gays o trans, que han tenido relaciones sexuales sin protección. Algunas veces hacemos actividades para juntar dinero y apoyarlos. También gestionamos que los inscriban en el SIS (Sistema Integral de Salud) para que puedan recibir su tratamiento, que es gratis”, cuenta Jordana.
Aunque hoy el SIDA es un mal que está mejor comprendido por la sociedad, no faltan las personas que aun así discriminan a un “maricón sidoso”. Así lo vivió Alain. Tiene 47 años y es gay. Cuenta que su madre nunca lo aceptó, hasta su muerte, y algunos de sus familiares tampoco. Más aún cuando se enteraron de que se contagió de VIH. Alaín, quién en su momento estuvo trabajando como promotor de salud sexual del hospital Santa Rosa de Puerto Maldonado, cuenta que un médico lo impulsó a contar su historia a todos, con el fin de que no sigan estigmatizando a la comunidad LGTBI y a quienes viven con el VIH.
“Si te cuidas nunca vas a llegar a tener SIDA. Yo sigo mi tratamiento y mis defensas están altas. En la pandemia me dio el Covid-19 y estuve mal, pero no me morí. Cuando me enteré de que era VIH positivo me sentí mal, pero esas charlas que dábamos, donde también contaba cómo superé el VIH, me hicieron bien. Una vez un primo que trabaja en la dirección de Salud se enteró y me dio su apoyo. Hoy trabajo y hago mis cosas normales”, cuenta Alain.
Alain y Jordana, junto a otros compañeros de la comunidad LGTBI de Puerto Maldonado, realizan actividades para ayudar a todo el que lo necesite. Cuentan que realizan chocolatadas en navidad para dar a los niños de un albergue, donde además viven niños que se contagiaron con VIH al nacer, porque sus madres lo tenían. También realizaban actividades para acercarse a la sociedad, como un concurso de belleza de jóvenes LGTBI y la marcha del orgullo gay. Aunque esta última no la hacen desde hace varios años, por la pandemia y porque se alejaron unos de otros, este 2023 la están volviendo a organizar.
Luchando por una identidad
Y es que la comunidad LGTBI en Madre de Dios y el resto de la selva sigue luchando por ser reconocida. Y su principal batalla, al menos entre los y las trans está en su identidad legal. Todos siguen llevando el nombre que sus padres les dieron de acuerdo con su sexo de nacimiento, pero ellos ahora se nombran y piden que se los llame como se sienten más cómodos.
Jordana y Karla, son y se sienten mujeres, pero su Documento Nacional de Identidad (DNI) dice otra cosa. Podrían cambiar su nombre, pero hoy las leyes peruanas les obligan a realizar un juicio, que puede durar años, para que el Estado las reconozca como tales y el Poder Judicial ordene el cambio de su identidad ante el Registro Nacional de Identidad y Estado Civil (Reniec). Pero no tienen los recursos ni el conocimiento de cómo hacer esto.
El Informe sobre la situación de la identidad de género de las personas trans en el Perú, elaborado por Comisión Nacional Contra la Discriminación (CONACOD) señala que: “El nombre y el sexo son atributos de la personalidad que permiten individualizar a las personas frente al Estado y la sociedad. El nombre constituye un elemento básico e indispensable de la identidad de cada persona, por el cual se busca que el individuo posea un signo distintivo y singular frente a los demás. Este derecho supone la obligación de los Estados de garantizar que la persona sea registrada con el nombre elegido por ella o por sus padres, según sea del momento del registro, sin ningún tipo de restricción, ni interferencia en la decisión de escoger el nombre y, una vez registrada la persona, que sea posible preservar y restablecer su nombre y apellido”.
Y sobre el sexo dice: “En el caso de las personas trans, quienes desafían esta dualidad, el derecho a definir de manera autónoma su propia identidad sexual y de género se hace efectiva garantizando que tales definiciones concuerden con los datos de identificación consignados en los distintos registros, así como en los documentos de identidad”.
“Cuando vamos al banco o cualquier institución o una empresa, siempre nos miran con recelo, no falta el que se ríe o se burla. Y muchas veces, me incluyo, reaccionamos mal. Nos sentimos discriminadas y usamos la violencia como defensa. Está mal, pero no podemos hacer otra cosa. ¿Dónde denunciar si nadie te hace caso, si vas a una comisaría y también se burlan de ti? El cambio de nombre y género debe ser legal, algo fácil de hacer. ¿Pero cuándo será eso…?”, se pregunta Jordana acariciando a Laya, su perrita de raza Pinshcher miniatura, preñada.
A Karla también le gustaría que las personas la identifiquen legalmente como mujer. “Creo que en el Perú eso no existe (el cambio de nombre en el DNI). Hay que hacer juicio. Sí me gustaría que me llamen Karla Jimena. Ya llegará la oportunidad. Antes que me muera de repente. Un día me aceptarán”, dice, mientras sube a la movilidad que la llevará a Laberinto, donde seguirá vendiendo su cuerpo para ganar todo el dinero que pueda. “Me he propuesto trabajar hasta los 40 años. Porque la belleza no dura. Ahorita me hago vieja. Estoy ahorrando mi dinero en el banco. Voy a abrir mi propio negocio, un restaurante o un bar”, se despide.