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Los pasos de una ‘Reina’ ambulante

Por Fanny Arotaipe

Hola, soy ambulante y también periodista en formación. Trabajo en la plataforma comercial Andrés Avelino Cáceres (1) vendiendo frutas y verduras en la calle. Llevo más de siete años en este lugar. Soy testigo directo de lo que sucede. Por ello escribo todo lo que observo y escucho; pues nadie más habla de ello. 

Son las 4 de la mañana. La vereda de la avenida Andrés Avelino Cáceres ya está llena. Todos aprovechamos la hora para vender nuestra mercadería porque no hay policías municipales al acecho. 

Me acerco a una señora que conozco desde hace varios años, se llama Reina. Mientras vende verduras al menudeo me cuenta que no es de Arequipa. La trajeron de Puno a los 16 años. Le ofrecieron un trabajo estable en 1990. Viajó bajo la promesa de ganar 40 soles mensuales con comida, casa y estudios pagados. No fue consciente de que era víctima de trata de personas.

Mientras hablamos miro sus pequeños ojos color café. Reflejan cansancio y desilusión. Tiene el cabello negro y una cola improvisada. Es de tez trigueña y por encima de su mascarilla asoman manchas café que rodean sus pómulos. Reina es de estatura mediana. Viste dos chompas gruesas, un buzo y -por encima- un mandil. A esta hora (4.00 am) hace mucho frío y ella siempre está muy abrigada. Dejo de mirarla y escucho atenta lo que me cuenta. 

“Cuando llegué a Arequipa empecé vendiendo ropa interior en la calle Víctor Lira en un puesto de la señora que me trajo, no recuerdo su nombre”. Luego de un año sin recibir un sueldo, Reina reclamó y la ‘botaron’. Terminó en la calle.

Una amiga suya la ayudó a salir adelante. Se reinventó ofreciendo polos caminando por las inmediaciones de la calle Perú. Otras veces vendía ‘canchita’, también deambulando. Recorría como vendedora ambulante las calles Mercaderes y Santo Domingo hasta que pudo alquilar un puesto en el Mercado San Camilo. Allí trabajó aproximadamente 6 años ofreciendo productos como algarrobina, cereales, entre otros. Formó su familia y tuvo su primer hijo.  

Años después, nació su segunda hija con retardo psicomotriz: antes de nacer la pequeña bebió líquido amniótico. A partir de entonces las cosas fueron más difíciles para Reina. No podía trabajar con normalidad porque su pequeña requería cuidados especiales. Tuvo que dejar su negocio para velar por la salud de su hija. 

No le gusta que la miren con condescendencia: todo lo que tiene lo ha ganado con su esfuerzo. 

La pandemia del Covid 19

Cuando inició la cuarentena, los establecimientos comerciales tuvieron que cerrar. La presencia de militares y policías en las calles redujo el tránsito de peatones. Esto dificultó -también- la situación de los vendedores ambulantes.

Al inicio, Reina decidió no salir a trabajar. Pero vio como otras personas iban con ‘normalidad’ al ‘avelino’ a vender sus productos. Con el paso de los días se vio obligada a volver a las calles. Los víveres escaseaban y las deudas en el banco apretaban.

En ese entonces no había transporte público. Todas las mañanas, a las tres y treinta de la madrugada, partía en colectivo o a pide desde su casa de Alto Misti -en Miraflores- hasta el ‘avelino’. Hubo días en los que junto a su hijo durante un poco más de una hora caminaban escondiéndose de los policías y militares. Llegaban a su destino entre las cuatro y media y cinco de la mañana. A veces, los  ‘municipales’ ya no la dejaban vender y tenía que regresar a casa a pie con los bolsillos vacíos.

Al observar esa situación, su hijo decidió llevar a Reina a un pequeño mercado cerca a la Feria El Altiplano (Miraflores). La primera vez intentó vender zanahoria. Nadie le compró. La verdura se malogró. Afortunadamente -al pasar de los días- la venta aumentó. También llevó otras verduras para variar los productos que ofrecía. Pero tuvo que dejar de ir. 

Ningún ambulante es capaz de llevar sus productos al mercado y luego regresarlos a casa. Algunos tienen un vehículo propio, pero la mayoría no. Ese es el caso de Reina, cuyo gasto en taxis superaría sus ganancias. Por ello, existen algunos depósitos en los mercados para que los ambulantes guarden su mercadería. Reina no encontró ningún almacén en El Altiplano, por lo que decidió no volver a vender en esa zona: no le salía a cuenta.  

En junio de 2020, su esposo se contagió del nuevo coronavirus. Reina no lo llevó al hospital ‘porque tenía miedo de que lo mataran’. Lo cuidó en casa aislándolo de sus hijos en otra habitación. Él recibía oxígeno medicinal y tardó cinco meses en recuperarse tras varias recaídas. Reina supone que ella no se contagió del virus, ni sus hijos. Dice que su cuidado es casero. Cada vez que regresa a su casa se lava las manos antes de entrar. Consume  ajo porque le enseñaron que tiene propiedades medicinales y cree que con eso está a salvo de enfermarse gravemente (2).

Por si la enfermedad de su esposo fuera poco, su hermano llegó desde Puno para operarse de los riñones. Estaba muy delicado de salud. Lamentablemente el tratamiento no fue suficiente. En septiembre falleció. 

A pesar de todo, Reina debía seguir trabajando. El negocio era más complicado pues no tenía dónde comprar mercadería. Los mayoristas del ‘avelino’ se trasladaron a la Variante de Uchumayo. Tuvo que adaptarse y acudir al lugar para comprar sus productos. A veces -por falta de movilidad- tenía que llegar caminando al ‘avelino’ con la mercadería en la espalda. 

Como mencioné anteriormente, el aumento de policías municipales dificultó el trabajo de los ambulantes, sobre todo para aquellos que no tenían una carreta. Esta herramienta se hizo indispensable para trasladar la mercadería y venderla. Reina tuvo que comprarse una para huir más rápido de la fiscalización municipal. 

Cuenta que en la actualidad se despierta todos los días a las tres de la mañana. Sigue yendo al ‘avelino’ a vender sus verduras hasta las ocho de la noche. Son aproximadamente 16 horas de trabajo. Con su carreta, recorre cada rincón de la Plataforma Comercial Andrés Avelino Cáceres en busca de un sustento para su hogar. 

A las seis de la tarde llega el único momento en el que se sienta a descansar. Sin embargo sigue vendiendo sus verduras sentada en la vereda de la avenida contigua a la entrada a la puerta número 4 del Mercado Nueva Esperanza. 

“La venta ha bajado” comenta resignada, “es lo más difícil de esta pandemia, al igual que estar caminando para evitar a los municipales”. Dice que el peor día fue cuando solo vendió un poco de sus verduras por 15 soles,  sin considerar los costos. 

Habitualmente, los fines de semana vende más de 100 soles y de lunes a jueves varía entre 15 y 80 soles.  Lo recaudado también incluye su capital.

Reina está segura de que no le conviene alquilar un local. El arriendo de un puesto en una zona concurrida cuesta más de mil soles mensuales. “Hay dueños que te cobran 500 soles, pero son lugares en los que no hay venta”. 

Ella no pierde las esperanzas de que reubiquen a todos los ambulantes y que las autoridades hagan algo positivo por ellos. 

Ya son las seis de la mañana y a esta hora llegan los policías municipales. Vienen directamente hacia nosotras. Raudamente cogemos nuestras cosas. Las acomodamos en nuestras carretas como podemos. Apresuramos el paso. Veo como Reina se dirige hacia el pasillo de la puerta N°4. Da una vuelta a la derecha. Llega al Mercado Virgen de Chapi. Se dirige a la avenida principal. La veo desaparecer. Ese es su recorrido diario.

Yo me quedo en el pasillo de la puerta N° 4 del ‘Nueva Esperanza’. Aún los puestos no han abierto. Decido retirarme cuando vengan nuevamente por mí los policías municipales. 

Nota de la autora:

Reina me aconseja que no pierda la fe y que no deje los estudios. Ella no pudo hacerlo. Siguiendo su consejo escribo esta historia. Espero, sinceramente, que la hayan disfrutado.

(1) La plataforma comercial Andrés Avelino Cáceres, se ubica en el distrito de José Luis Bustamante y Rivero. En este lugar hay 60 mercados. Es una zona muy concurrida por comerciantes y compradores.

(2) Aconsejamos a los lectores acudir a un médico si presentan un síntoma del nuevo coronavirus.

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